martes, 26 de febrero de 2013

EL PIRATEO DE LA SEMANA

PONGA USTED UN RESTAURANTE

Pepe Iglesias

En mis tiempos, a mediados del siglo pasado (lo digo en serio), abrir un restaurante suponía un gran reto, una aventura empresarial que requería profesionalismo, experiencia, responsabilidad y hasta cuantiosas garantías financieras, porque, por ejemplo, mis padres, cuando abrieron el Horno de Santa Teresa, tuvieron hasta que empeñar las joyas de mi madre, y eso que mi padre era un médico de reconocido prestigio con plaza propia en la cátedra de estomatología de la Facultad de Medicina de Madrid.

Hoy no. Hoy se ha puesto de moda abrir un restaurante sin tan siquiera saber freír un huevo, algo que antaño también podía hacerse, pero solo si el dueño era un gran profesional, que sabía montar su propio equipo y dirigir la orquesta sin quitarse la corbata.

Esto tampoco hace falta hoy día.

Este fenómeno se inició en los años noventa

El libreto de la opereta es el siguiente:

El pagano: fulano de turno que tiene un saco de plata y que se ha enterado que tener un restaurante es una mina de oro.

El listo: relaciones públicas que convence al fulano para que ponga la pasta y la cara, porque del resto ya se encarga él (total, para montar un restaurante, no hace falta títulos, sólo pasta y cara).

El equipo: el RR.PP., que conoce la farándula, se levanta un cocinerito de cierta fama y un maître espabilado, a quienes ofrece el doble de lo ganan en el restaurante donde han aprendido el oficio.

El montaje: como el RR.PP. es habitual de saraos, contrata al decorador de moda para que ponga un sitio muy mono (yo he sido testigo de restaurantes que se montaron sin tener en cuenta que había que incluir una cocina).

El marketing: el RR.PP., que de esto sabe un montón, copia de varios chefs acreditados su historia, y así escribe la propia según las corrientes del momento: Cocina innovadora pero basada en los sabores antiguos de la abuela que era una gran cocinera, con materias primas de primera calidad traídas directamente de...

El Boom: el RR.PP. cumple brillantemente con sus funciones, invitando a lo más florido de la socialité, para que la prensa rosa hable cada día del Fru-Fru, que es como se llama la bombonera.

El resultado: cuatro meses de fiesta, toda la ciudad pasa por el local porque hay que estar a la última, y después, como todo es un blablá y los clientes salen indignados y echando pestes del sitio, pues el tingladillo se viene abajo y el fulano se ha palmado unos cuantos millones por creer todo lo que le contaron. Igualito al queso de la fábula de La Fontaine “El cuervo y el zorro” (en España, por joder un poco, se tradujo como “La zorra y el cuervo”.)