martes, 19 de marzo de 2013

LOS CONDUMIOS DE DON EXE

El regreso de Mathy
POR UN PELO

-Exe, ¿Qué hace un par de pelos rubios y largos en tu chaqueta?

Quedé patidifuso con la pregunta. No era la primera vez que me encontraban pelos ajenos en mi ropa. Antes, en mis años mozos, encontraron incluso algunas boletas comprometedoras. Pero ahora, a mi edad, ¿Qué rubia me daría bola y para qué?

 - Ni idea, Sofía. ¿Se habrán pegado en el Metro?, pregunté, inocente.
- No te creo guachito, respondió. ¿Saliste anoche?

Ahí me acordé que uno de mis hijos me había invitado a tomarme un trago al Patio Bellavista y que me presentó un par de sus amigas. Una, bella, rubia natural y de pelo largo me abrazó con ganas y parece que estaba pelechando. Pero fue sólo eso. Como mi paquita no lo creería, continué con la versión del Metro. Mal que mal, no tenía ni siquiera cargo de conciencia.

- Para la próxima, escobilla tus ropas, amenazó.

No hay caso con ella. Tiene buen genio, pero cuando se siente amenazada es un vendaval. Recuerdo a mi tía, moderna para aquellas épocas, fallecida ya y espero que esté que en el cielo, me daba consejos cuando yo aún era un mozuelo: cásate con una mujer que sea alegre, me repetía una y otra vez. El poto y las pechugas se caen… el buen humor siempre se mantiene.

¡Grande tía Adelaida! Tenías toda la razón.

Caros me costaron los pelos de la rubia. Mi paquita tenía hambre y me pidió que la llevara al Patio Bellavista. –“En una de esas te perdono”, comentó graciosamente. Yo, nervioso ya que podía encontrar a la rubia de mis pesares, acepté a contrapelo. “Voy y vuelvo, guachón” me dice, ya que debía ir a la comisaría a cambiarse de ropa y dejar su motoneta verde. Al rato aparece, de civil, con unos jeans de infarto, una blusa y una suave casaca de piel, ya que las noches comenzaban a enfriarse en la capital.  

Aterrizamos en Le Fournil, un bistrot francés de todo mi agrado. Mi idea era pedir una humilde sopa de cebolla, que tan bien la preparan allí. La sopa, un buen tinto y nada más. Sin embargo el garzón me borró de un plumazo mis intenciones ya que me anunció que lo único que no tenían, de toda la carta, era la famosa sopa de cebolla, ya que se les había terminado. – Que pena- musitó Sofía- esa sopa me enciende sobremanera.

A falta de pan, buenas son las tortas y comenzamos a mirar la carta para cambiar de opinión. Sofía, que no quería engordar, se inclinó por una ensalada Cesar Imperial (5.850), con trozos de ave, queso parmesano, tocino, crutones, aceitunas negras, lechuga con dressing de mayonesa, anchoas y alcaparras, que le llegó en un inmenso bol. Yo, más cargado a la proteína, me decidí por una Médula de res con su carne guisada y gajos de papas  fritas en su piel (7.200), un plato que fue alabado por la prensa gastronómica. Para empujar, un carignan del Maule, recia cepa para alivianar un poco mi plato de médula.

La cena estuvo llena de miraditas y toqueteos bajo la mesa. Mi paquita estaba feliz y en cada brindis me guiñaba un ojo. No quiso postre, - “eso lo comemos en casa”, le dijo al mozo.

Hasta ese momento todo era miel sobre hojuelas. Como toda mujer que se precie, Sofía partió al baño -“a pintarme los labios”, según ella. Yo, mientras, bebía el último resto del carignan, que estaba de masticarlo. No sé si pasaron segundos o minutos, pero algo me hizo mirar hacia la puerta del Le Fournil justo en los momentos que entraba Mathy con su hija. Escalofríos y sudor frío recorrió mi cuerpo. Mathy, ya en los titantos, estaba realmente buenamoza. Suerte la mía ya que bajaron al subterráneo al mismo tiempo que Sofía salía del baño.

-¿Qué hacemos ahora, Exe?

No lo había pensado ya que en esos momentos lo único que deseaba era salir apretando raja del boliche. Sofía se extrañó ya que no la dejé sentarse y rápidamente le ayudé a ponerse su casaca de piel. – Vamos, le dije, necesito con urgencia fumarme un pucho… ¡esto de la ley del tabaco me tiene hasta la coronilla!

¡Me salvó un puchito!, pensé. También ayudó el celular de Sofía ya que la llamaron urgente de la comisaría para un procedimiento de última hora. Tan rápido que en menos de tres minutos estábamos arriba de un radiopatrullas con destino a la unidad donde trabaja. Y, como los pacos querían caerle en buena, me propusieron ir a dejarme a casa apenas ella se bajara, allí en Los Guindos.

Acá estoy. Con un whisky doble en mis manos y un partagás en el cenicero. ¿Mathy en Santiago? ¿Será hora de sentar cabeza y dejarme de fantasear con chicas que les gusta más el Lolapalooza que el Municipal? ¿Será hora de asumir que no me queda bien lo de Peter Pan y dejar en paz a las chicas sub 35?

Mañana mismo le pongo pilas al gato chino para que me inspire.

Exequiel Quintanilla