De italiano a criollo y viceversa
Una gran terraza es el epicentro de la actividad que día a día se vive
en el Divertimento Chileno, ese popular restaurante que nació de manos de Bruno
Sacco con la idea de un gran lugar donde comer especialidades italianas. A los
chilenos nos gusta la comida italiana y desde chicos identificamos con ella
algunos platos habituales, como los "tallarines con salsa de tomate",
que mezclamos con lo más típico de lo nuestro. Pero lo cierto es que sabemos
poco acerca del verdadero carácter de esa cocina tan variada, simple y muchas
veces cercana a la perfección. En Santiago hay al respecto una curiosa
experiencia. Años atrás, Bruno Sacco ofrecía una muy buena muestra de su
especialidad en "La Divina Comida" del barrio Bellavista, pero
posteriormente añadió a su carta del Divertimento una serie de recetas
nacionales, con tanto éxito que terminaron por convertirse en el fuerte de la
carta. Con el nuevo nombre de "Divertimento Chileno" pasó entonces a
ser uno de los mejores locales de comida criolla.
Allí llegué un tibio día de la semana pasada. Sentado junto a unos
amigos, comenzamos a disfrutar de una degustación de los nuevos platos que
elaboró Flaminia Sacco, hija de Bruno y chef del restaurante, quien nos
sorprendió con un aporte de aromas y sabores chilenos e italianos. Con una copa
de pinot noir Alto Vuelo, unas brochetas de prietas, papitas semillón y tomate
cherry con una salsa de papaya y menta ($ 4.800), una grata vuelta de giro a
las salsas comunes y corrientes. Buenas para el aperitivo, diría, ya que son
solo para degustar, al igual que las Mollejas en salsa de atún y alcaparras
(4.800), de buen y crujiente sabor.
Para recordar (y volver por ellos) fueron unos Panzerotti ($ 8.400)
rellenos con zapallo asado, mozzarella y tocino crujiente, servido con una
salsa de mantequilla a la salvia y aceite de trufas, aroma que lo hace único y
genial. Igual precio para unos originales Tagliolini elaborados con un
porcentaje de harina de cochayuyo y servidos con ostiones, vongoles, cebolla
morada y perejil. Dos platos peninsulares de gran factura y renovación.
Otra vuelta de giro positiva para los pescados. Al no tener corvina, una
Reineta con salsa de avellanas chilenas y
pisco, servidos con calamares y tomates salteados (9.400), resultó ser una
verdadera sorpresa. Sin embargo, como
colorario de una gran presentación, un gran plato con láminas de Lengua en
salsa de castañas (8.800) con tomates cherry y cebollitas en escabeche (8.800),
fue una demostración sólida de una cocina moderna sin llegar a límites
mixológicos ni birlibirloques atrevidos.
Empolvado (como los de antes), con harina tostada y tres leches, relleno con crema pastelera y un original Tortino esponjoso de chocolate con licor Araucano (ambos a $3.800), me dejó la sensación de la chef se las sigue jugando con nuevos platos inspirados en ambas cocinas y que cada día la propuesta es más sólida y contundente. Además, esa terraza merece obligatoriamente una pronta visita, (Juantonio Eymin)