Pascual Drake
“En la mesa y en el juego se reconocerá
al caballero”. Lo decía mucho mi padre porque a él a su vez se lo decía su
madre. Ante el vino pasa algo similar. Bien en una comida, regio en un bar y no
digamos ya en una cata de vinos, cada cual se comporta acorde no sólo a lo que
sabe de vino, si no a lo que le han enseñado en casa. Y sí, hablamos de
educación. ¿No se han fijado? Compruébenlo, en
todas las reuniones gastronómicas hay cinco tipos de comportamiento
claramente diferenciados:
Baco
en la tierra
No le gusta el vino. Quizá algún día le
gusto. Pero no disfruta. Lo que de verdad le gusta es dar la matraca, demostrar
todo lo que sabe, llamar la atención, centrar la conversación en torno a la
“gran complejidad, madurez, fluidez, frescura y armonía de sensaciones que
aporta el vino en boca” y similares, aunque a los demás les dé lo mismo.
Además, si alguien dice algo sobre el vino él siempre sabrá más. Es una especie
a extinguir. Y sí, suele ser pariente tuyo.
El
fastidioso egocéntrico
Es del estilo al primer perfil, sólo que
su exotismo reside en su falta de empatía hacia el resto de comensales. Hablando
de vino es capaz de hacer dormir al negro Piñera a las una de la mañana en la
Disco . Tú le preguntas por una uva y te analiza su ADN. Los bostezos por parte
de sus interlocutores le animan más para así demostrar que existen siete tipos
de color burdeos. Además suele ser aficionado a hacer maquetas con cerillas de
los edificios más famosos del mundo. Es una especie a encerrar.
El
mojigato culto
Le molesta y lo hace ver. Sabe de todo,
y de vino también, claro. Actitud hedonista, lleva bufanda y un libro de
Anagrama bajo el brazo. Si las copas no le gustan pedirá que las cambien, al
igual que devolverá el vino si no está a su temperatura adecuada o se indignará
si la carta de vinos no es lo suficientemente cool. Se puede aprender bastante
de él porque saber, sabe, pero hay que bajarle los humos. Es una especie a
investigar.
El
gozador
Sabe. Y sabe que sabe, pero le da igual
saber. No se nota. No habla del vino si no le preguntan y le da pena el fastidioso
egocéntrico. Disfruta del vino, lo comparte, se ríe, come, se niega a pagar 13 lucas
por un gin-tonic por mucha parafernalia que lleve y sabe hacer del vino un
lugar común de entretenimiento. “Bienaventurados los justos, aquí hemos venido
a disfrutar”, dice. Los libros de Anagrama se leen en casa y las copas son un
medio, lo importante es que el vino esté bueno y no sea muy caro. Es una
especie a promocionar.
El
Bukowski
No sabe ni quiere saber. Le da igual
tinto, que blanco, que aguarrás. Que entone, es lo importante. Sigue saliendo
de fiesta hasta las siete de la mañana a pesar de tener 53 años. Pero claro,
viviendo en casa de tus padres cualquiera. Ha bebido más vino que los cuatro
casos anteriores pero no es capaz de diferenciar un vino a granel de uno pasado
por barrica. Es una especie en extinción.
Para pasar un buen rato o hacer una cata,
lo ideal es dar con gente de entre el tercer y cuarto perfil. Bueno, eso creo,
no conozco los vicios de ustedes.