martes, 19 de abril de 2016

LUGARES CON HISTORIA


 
PASIÓN Y MUERTE DE “EL CHANCHO VIÑATERO”

A propósito del Día de la Cocina Chilena, es bueno recordar pasajes de nuestra cultura gastronómica que se convirtió en popular en decenas de restaurantes populares de nuestra capital. Sin estos antiguos comedores, nuestra cocina no tendría lugar en la historia ya que allí nacieron las tradiciones que se conservan hasta el día de hoy.
La dirección avenida Recoleta 116, entre las calles Artesanos y Santa María, a un costado de la popular Plaza Tirso de Molina y al borde de la cada vez más dura Plaza de la Recoleta, ya no es la sede del famoso boliche veguino que albergara por tantos años: "El Chancho Viñatero", un palacio rasca de borgoñas, cervezas y pipeños mencionado en su mejor momento por el creador del Detective Heredia, el escritor Ramón Díaz Eterovic, y -según la leyenda- alguna vez visitado por el propio folklorista Roberto Parra, en sus años de correrías por las ferias y mercados chimberos.

Fue una pena enterarme en el recién pasado 2014 que "El Chancho Viñatero", o "El Chanchito" para sus amigos, ya llevaba poco más de un año cerrado, reemplazado por un negocio bastante distinto al que ofrecían sus jarras rebosantes de alegría y bandejas de jugosa suculencia, a los precios generosos que sólo en barrios como La Vega es posible encontrar dentro de la capital chilena.
Situada en los bajos de una antigua casona con cierta fama pecaminosa sobre su pasado (real o inventada), la cantina y restaurante tenía características de posada. Hay testimonios de que incluso esta picada fue guarida y distracción para algunos opositores durante el Régimen Militar, en los años ochenta. Esto lo confirma un artículo de Ricardo Candia que circula en la red, refiriéndose a los años en que imprimían material político clandestino en la Imprenta Llareta y luego pasaban los nervios "en el Chancho Viñatero con dos jarros de borgoña en frutilla y unos churrascos", según sus palabras.

El modesto sitio, que en su gran marquesina verde se presentaba como  "Schopería-Restaurant-Picada", siempre tuvo ese carácter popular y acogedor, de trabajadores, de empleados, y en los últimos años también de inmigrantes reclutados en territorio de La Vega y Patronato, especialmente peruanos.
Nunca supe la razón del extraño nombre, sin embargo, aunque sí era claro que en algún momento su carta se hizo especialmente cargada a la comida a base de carne de cerdo y también a los acompañamientos etílicos. Quizás de ahí la combinación de conceptos. Diría, además, que era territorio pacífico: pobre pero digno, amenizado por cerveza, vino tinto, arreglados con frutillas o ron para los más temerarios. Hacia sus últimos años, también comenzó a ofrecer terremotos en vasos de medio litro. En la hora de almuerzo eran típicas sus comidas de casa y a precios muy convenientes; pollo arvejado, pollo asado, filete de pollo, carne al jugo, pernil con papas, tallarines con salsa, porotos con riendas, cazuela de vacuno, etc. Para salvar los bajones había completos, sándwiches varios, papas fritas y otros bocadillos rápidos. Dos o tres pizarras escritas a mano, más otras menores para plumones, solían anunciar las ofertas del día.

La atención era buena, como sólo las hay en las auténticas picadas chilenas. Seguramente así lo procuraba su propietaria doña Ángela Abuyeres. Y sucedían situaciones curiosas allí en sus salas, como la frecuente entrada de perros, gatos y hasta palomas habitantes de la Plaza de la Recoleta, pues es una fauna que abunda en territorio veguino y los parroquianos parecían no molestarse con sus presencias, arrojándoles migas o granos de mote para que se quedaran un rato más haciendo compañía.

También solían entrar como comensales al local algunos de los varios indigentes que asistían al comedor solidario del muy cercano Convento de la Recoleta, siendo atendidos con dignidad y como un cliente más, entre los trabajadores del sector y muchachos universitarios que era posible hallar en las mesas, algo que sólo he visto antes y así de transparente en pocos locales, como es el caso de "El Tropezón" del barrio Estación Central, cuando concurrían hasta sus barras los abuelos y mendigos que esperaban cupo en los hospedajes del cercano Hogar de Cristo.

Aunque había ocasiones en que "El Chancho Viñatero" se excedía en horas con el jolgorio -más en el pasado que en sus últimos años de vida-, el local no arriesgó su humilde dignidad: cerraba temprano y empezaba a anunciar la bajada de cortina hacia las 22 ó 23 horas de cada noche. Nunca fue un sitio ruidoso, además, sino más bien discreto.
Tengo versiones encontradas sobre lo que sucedió con el querido boliche al final de sus días. Unos dicen que cerró gradualmente hasta no abrir más, y otros me aseguran que lo hizo abrupta e inesperadamente, sin explicaciones ni anuncios mediantes. Sí sé que hacia los días después del terremoto de 2010 y las celebraciones del Bicentenario Nacional, redujo su tamaño enajenándosele un tercio al recinto de los bajos del antiguo edificio, destinando así una de sus cortinas y una de las salas a un local comercial de juegos electrónicos que pasó  a ocuparlos aunque también desapareció en con la extinción del "Chanchito". También cuentan de cambios en el buen trato al público por parte de los encargados, que fueron alejándolo velozmente. No haberme encontrado en Santiago en ese período me dificultó más aún saber qué sucedió, pero tengo a mano datos confirmando que el permiso de funcionamiento fue revocado por la Municipalidad de Recoleta a inicios del año 2013, pues ya no registraba actividad en ese momento. Ahora, el local es ocupado por una tienda de productos para público femenino.

Así, el venerado "Chancho Viñatero" de los reinos veguinos y recoletanos, no volvió a dar ni manteca ni copas, dejando en su lugar el vacío de un buen recuerdo sobre lugares perdidos. (Urbatorium)