martes, 11 de octubre de 2016

EL REGRESO DE DON EXE


 
UNA NOCHE EN SANTA CRUZ
 
Pareciera que a mi paquita le faltó 18 ya que me propuso ir el jueves pasado a Colchagua. Más precisamente a Santa Cruz, por años la capital del turismo huaso y vitivinícola del país. Bueno, huaso nunca tanto ya que con suerte uno se encuentra con uno verdadero. A lo más una que otra lola con una chupalla y su acompañante con un sombrero “tipo” huaso con la cinta de alguna viña (Allá es moda y status). Pero como siempre he dicho que las mujeres no mandan sino ordenan, partimos al corazón de Colchagua y tapín mediodía llegamos a Santa Cruz, un lugar lleno de sorpresas.

Bendita ella ya que apenas llegamos a la plaza de Santa Cruz le dieron ganas de hacer pipí. Natural de todos modos y no es para escandalizarse. A mí también me pasaba lo mismo pero aguantaba estoicamente. ¿Dónde mear tranquilamente, me pregunté? En el hotel, me respondí cuando haciéndonos pasar por huéspedes entramos a los impecables baños del hotel que está al frente de la plaza y que aún no conocía. Sofía entró al de la izquierda y yo al de la derecha y quedamos de juntarnos detrás del ascensor.

Satisfechos nuestros naturales deseos (o necesidades como quiera llamársele), comenzamos a recorrer el pueblo. Próspero se ve. Mucha camioneta y 4 x 4, casi todas con patentes de cuatro letras, o sea, nuevitas. Pululan gringas con shorts y sus acompañantes con pantalones a cuadritos. Tiendas de artesanía cuica abundan en las cercanías de la plaza. Artesanía de la cara, obvio. Sofía, mujer al fin, quería comprar lo que fuera. Así que antes de cualquier aperitivo (ya era hora), partimos a las tiendas ubicadas en las cercanías.

-¿Un tupu? ¿Para qué necesitas un tupu?
- Pa’ mi echarpe poh’
- ¿Y desde cuando usas echarpe?
- Mira Exe. Echarpe es lo mismo que una mantilla, un chal o una bufanda grande, para que te vayas ubicando. Y este alfiler mapuche es ideal para cerrarlos, o sea, como un botón… ¿Captáis?, me respondió en forma irónica.

Quince lucas costó el botoncito. Ni de uranio que fuera. Sin embargo la veía feliz y entretenida revisando bisuterías varias y una que otra cosilla de cuero. A esa hora mi garganta pedía a gritos un aperitivo. Mal que mal el viaje había sido largo. Traté de interrumpir sus compras pero una sola mirada me convenció que eso iría para largo.

- Guachita (así le digo a veces), ¿Qué tal si te espero en el bar del hotel?
- ¿Estás cansado?
- Ni modo, respondí mintiendo a más no poder. Es para que vitrinees lo que quieras y con tranquilidad.
- Está bien veterano, respondió. Ándate al bar, yo de ahí  te alcanzo.

Pedí un sour doble, ojalá triple, le ordené al barman mientras observaba las bellas turistas del lugar. Algunas eran mamás (y que Dios me perdone pero estaban de comérselas) y otras no muy agraciadas pero con mucho oro en sus muñecas y cogote. Las acompañaban tipos con sweaters al hombro y pantalones Dockers. Toda una fauna santacruzana y turística que vale la pena conocer. A medio sour, o sea al rato, llegó mi Sofía, con dos bolsas, una en cada mano.

- No me preguntes nada. No abras la boca, expresó. Son un par de cosillas que necesitaba.

Me hice el desentendido y recogí sus paquetes. Le ofrecí un aperitivo y ni siquiera dudó. Un sour igual para ella y otro, en porción normal para mí. Nos sentamos en las mesas del bar para beber tranquilamente nuestro aperitivo. Lucía espléndida. La primavera parece que le hace bien. Cuando me contaba de sus adquisiciones observe un mozo que acarreaba unas empanadas en una bandeja y me dio hambre. Nos dio hambre en realidad ya que mi musa también las había visto.

- ¿De qué son las empanadas, señor?
- De cochayuyo y queso de cabra, respondió. ¿Desea algunas?

Sofía puso cara de asco ya que no le gusta el cochayuyo. Yo me entusiasmé y pedí un par. -Para probar, le dije al mozo. Eran fritas a la minuta y se demoraron un poco. Como ya había liquidado mi segundo sour y Sofía ya me estaba mirando con ojos golosos después de su porción doble, divisé un rosé Chaman que no estaba en mis libros y solicité una botella para “empujar” las empanadas. Las encontramos fuera de serie y ya que estábamos con hambre pedimos cuatro más. No eran grandes ni chicas, pero sería nuestro almuerzo. El rosé, digno y bueno, nos dio una modorra de miedo pero la bebimos enterita.

Mi paquita, casinera cuando anda sin su uniforme, me rogó que pasáramos al casino de juegos. Realmente no me gusta mucho la cuestión esa, pero ella estaba tan reluciente que acepté. Yo a esas alturas tenía ganas de regresar a la capital. Caminamos los metros que separan el hotel del casino, ella con su bolso-cartera y yo con las bolsas de sus compras. ¡Menos mal que las bolsas eran livianas!

No me van a creer pero le torció la mano al casino y se guardó su buen par de lucas en su faltriquera. –Como para regresar en taxi a Santiago, me contó mientras caminábamos por unas calles casi vacías el jueves a media tarde.

- Exe ¿Te puedo hacer una proposición indecente?
- ¿Cuál sería?
- ¿Te parece que con las utilidades del casino nos quedemos esta noche acá? Hay tanto que conocer y visitar. Cenamos en algún boliche por ahí  y mañana aprovechamos el día para recorrer la zona. Me han contado que hay de todo y para todos…
- ¿Y dónde dormiremos?
- En una cama puh’ menso. Y mostrando su bolso con las ganancias me mira profundamente (sólo como ella sabe hacerlo cuando se pone empalagosa) y me dice cariñosamente:
- ¡La primera será por el casino!

Cómo si hubiese segunda a estas alturas de la vida…

Exequiel Quintanilla