martes, 7 de marzo de 2017

LA NOTA DE LA SEMANA



 
LAS BANDERAS EN LOS HOTELES...
y en algunos restaurantes
 
Nadie, en su sano juicio, deja de emocionarse cuando de viaje en el exterior se encuentra con la bandera de su país flameando, orgullosa, en tierras extrañas. Conmueve y toca fibras íntimas. El patriotismo, aunque muchos lo disimulen, es un algo que se lleva adentro y que es casi inamovible. Por ello me gustan las banderas y las observo cada vez que me encuentro con ellas.

Se me vino a la mente escribir este artículo cuando un día 28 de julio (y no es que esté atrasado en mis comentarios, sino que estuve reflexionando acerca de ello) caminaba por las cercanías de La Moneda y miraba, con cierta preocupación, las banderas del Perú (era el día del país norteño) y de Chile flameando en los mástiles. Las peruanas, albas como camisa de marino; las chilenas… gris, azul y rojo. Me dio vergüenza. Y eso que eran banderas estatales.

Pero eso no es nada. De ahí en adelante me detuve a mirar banderas. Y los hoteles se vanaglorian de tenerlas. Izan una de ellas dependiendo la nacionalidad de los turistas que alojen, aunque esta costumbre ya poco la ocupan. Generalmente es azar. Pero llama la atención y molesta la gran cantidad de establecimientos que una vez instaladas las banderas en el pórtico –o canopy- como le llaman elegantemente, se olvidan de ellas.

Es como si fuera una norma más de Impuestos Internos que hay que cumplir. El tamaño no importa. Tienen que estar. Y así se ven hoteles en todo el país cuyas banderas son ridículamente desproporcionadas al lugar. Y no sólo en tamaño reducido, sino que sucias, deslavadas, hilachentas y permanecen por meses en unos mástiles de dan lástima.

¿Estamos haciendo turismo? ¿Vale lo macro más que lo micro en este aspecto?

En Lobby abandonamos la hotelería cuando esta comenzó a ser algo de catálogo o en serie por así decirlo y pocas veces nos referimos a ella. Una hotelería uniforme y estándar no convence a nadie, tanto, que hoy en día las revistas hoteleras no son de opinión. Y, aunque nos sigan gustando los hoteles, ya se perdió la mística y la valorización de ellos en el público en general.

¿Para qué las banderas si no se preocupan de ellas? Realmente la imagen que entregan algunos establecimientos, más que ayudarlos, es para lamentarse. Si en gastronomía hablamos que un baño sucio es un fiel reflejo de su cocina, tengan a bien pensar los hoteleros que una bandera chica, sucia, descuidada y deslavada es un reflejo del establecimiento. Y si bien el alojamiento sea cómodo y económico, les duele a los turistas ver su bandera en un estado lamentable.

Al menos en nuestro país, no existe ni ha existido alguna vez ley o decreto, que prohiba lavar las banderas. Es un error pensar lo contrario. En consecuencia tampoco hay alguna norma que establezca sanciones por lavar nuestro emblema Hacerlo no es una irresponsabilidad; todo lo contrario, lo inadecuado es exhibir banderas con el paño teñido por del smog ciudadano. Sólo las banderas militares no se lavan; para que su aspecto recuerde la crudeza de la guerra a quienes las miran.

Si queremos estar en las grandes ligas turísticas mundiales, es preciso preocuparse de los detalles. No es una cosa micro o macro o que cueste mucho dinero. Es un algo que distingue, y que si bien nadie le da importancia alguna… a muchos les incomoda.

Recapaciten y pongan banderas decentes en sus establecimientos. Y si no les da el presupuesto, sáquenlas de frentón. Todos lo agradecerán (JAE)